EL DUELO DE LOS CHARRÚAS
Es una leyenda: cada vez que se moría alguien de la familia, o del clan, o del grupo, los varones adultos charrúas se cortaban una falange para exteriorizar su duelo.
Dicen que Chiquito Saravia, al enterarse de una muerte próxima, irreversible como todas las muertes, colocó su mano sobre un horcón y con un hacha afilada, constriñendo los demás dedos, se amputó el meñique. Arrojó el apéndice a las mujeres de la estancia y les gritó:
"Ahí tienen, para que no extrañen, para que lloren".
Verdad o leyenda, la anécdota tiene un regusto probable. Cada parte de uno mismo, afirman algunos discípulos de la escuela lacaniana, recuerda la pérdida, el vacío, mentan lo inevitable y torvo que posee todo duelo. La cara oscura del arte de vivir.
Los charrúas o Chiquito Saravia, los jovenes roqueros o "punkies" que se atraviesan la oreja o la nariz están expresando algo. Tal vez un mensaje inescrutable.
Algo que las palabras no logran explicar.
Chris Keeley, Penelope Ray
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